La única forma de odiar
a otro, a otra, de amar a alguien más
viene de las entrañas.
Ver a quien odiamos o amamos
provoca de inmediato
un escozor en lo más profundo de nuestros intestinos,
como cuando se tienen ganas de cagar;
ellos nos avisan siempre -y casi nunca fallan-
a quién debemos dedicar nuestros sentimientos.
Al final, y por mucho que nos cueste trabajo
y quizá un poco de asco aceptarlo,
somos esclavos de nuestra propia mierda
sábado, 27 de diciembre de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)